22.10.15

Delirio del yo. Prosopopeya


Huir. Había llegado al límite de sus fuerzas, su psiquis. Sin paciencia, fugarse era la meta. Huir, escondiéndose. No era algo que no supiera. Ahora la necesidad era imperante. No alcanzaba con huir mentalmente, lléndose a dormir, pegar una vuelta, dar un paseo, usar el apartamento sin gente pero arreglado para una apariencia de comodidad.
Cuando, se va la gente, al apartamento entran los obreros a taladrar, golpear, raspar sin miramiento hacia la comodidad del que no se va. Entonces se producen esas miradas torcidas, descolocadas, de inquina entre los que se van y los que se quedan.
No sé qué asociación la llevó al balance de pérdidas y ganancias. A la economía no la define la costumbre, menos un sentir ni mucho más un valor. La economía es como la naturaleza, empuje de la vida. Si algo rompe la continuidad quizá lo sea la tecnología, como por ejemplo: las armas, la riqueza, el saber, medios, herramientas, que la constituyen. Y la tecnología va junto al poder. Y donde manda capitán no manda marinero. Si el capitán tiene la bitácora, el catalejo, el arcón y el mapa ¿eso no da apariencia de saber, de a dónde se dirige?
Instalado el pensamiento de víctima solo queda lugar al ciclón que en el mar muestra un abismo girando hacia un vórtice succionador y sin escapatoria. Sí, la huida se presentaba lúcida y negra.
Quizá fuera hora de invertir el pensamiento. Que como todo rico sabe hay oportunidades de invertir en lo más deleznable, depreciado, que es como un imán, el dinero llama al dinero entre caballeros.
No sabiendo cuándo comenzó a preguntarse si no cumpliría mejor rol saliéndose que entrando. Porque volver a los mismos lugares ya no significaban un respiro sino retomar viejas sensaciones. Volver era como caer en un abismo sin fondo. Tremendista, fuera de época, pero el cambio de siglo era lo que exigía. Planteo del conflicto aunque no hubiese conflicto más allá de la desaparición del sujeto.
Entonces lo que más había temido se le mostró. Al cabo de la huida no se hallaría  siquiera a sí misma ¿Cómo volver a juntar los pedazos?

I

¿Alguien puede tomarse en serio la creación de un mundo propio? ¿Alguien puede creerse la creación de un mundo interior? ¿Alguien puede considerarse serio cebando un mate a las diez y treinta de la mañana, un domingo? Que no es un domingo cualquiera, aunque la precisión de la fecha, ese alguien, no la tenga exacta, así como la hora, ni al meridiano ni a ti. A quien menos se puede tomar en serio es a éste, último alguien, que viene a ser algo así como un mundo exterior, impropio, creador.
Más o menos por la época que retomó el gusto por el mate se dio cuenta que estaba enamorada. Solo faltaba saber de quién. La última sustitución había implicado tanta energía que sólo pensarlo la hacía trepidar de pies a cabeza, sin parar. El enamoramiento la llevaba a recorrer otra vez el parque, la azotea y el corredor de la pensión en un estado de cataplexia que conocía como el cuerpo separado funcionalmente del cerebro. Y así también funcionaba la escritura. La mano sostenía la estilográfica sobre las rayas horizontales nada más que por el empuje ¿Y de dónde venía el empuje de la vida, la economía, el enamoramiento, la escritura? El goce de la repetición según Freud y otros más. Ahora podía concluir una primera confusión en que el deseo por el otro sustituyera al deseo por el saber y que tal vez podría con aprendizaje y empeño invertirse en un deseo de sí misma.

II

Un silencio propicio para solo pensar ¿en qué? Llena el vacío con una y otra lectura como si el saber se hallase en esos otros silencios pensados.
Si Cervantes pudo hacer una escritura de la buena y mala ventura la necesidad  de  referirse a la recta final del camino, al declive o a la desaparición la encontraba más que dispuesta. Sin duda influenciada por los últimos años dedicados a la filosofía con un ser meditabundo, tétrico, catastrófico, siempre planteando el fin del sujeto. Cual Dante cruzó el Aqueronte donde la difuminación del ser había tenido lugar.
Ahora retomaba la tarea. Lavando los platos imaginaba como el mozo lavaplatos imagina. Hay que tener en cuenta que el hacedor, en la múltiple tarea no piensa. Puede, si quiere, concentrarse en la tarea presente y pensar la siguiente  o en una serie de tareas pero es un pensamiento, por decirlo rápido, corto, de realización instantánea como un plato al alcance de la mano para enjuagarlo.
Una suerte de pensamiento escrito no ayuda a la tarea. Es una necesidad a cubrir, como la manta al durmiente. Este no va a dejar de soñar pero parece necesario abrigarle.
Hoy, sin dios ni espíritu alguno rondando qué motivación habría para la ascensión al cielo. Ah y  éste tampoco. Sin cielo aparente más allá de una economía inaccesible para un mozo lavaplatos ¿qué imaginar? ¿En qué pensar?
Dios se volvió múltiple y pagano difuminándose en cada objeto junto a la fragmentación del ser. Con el abandono de los dioses hogareños se pasó al realce de los objetos en sí mismos como acompañantes del ser, su apuntalado, como la manta al durmiente. Rotos los contornos del sujeto, no por ello libre sino sujetado a la multiplicidad de objetos.
No te pierdas sonó en medio de la nada pero ¿cómo encontrarse en la fragmentación actual?
Equivale un hacer continuo a un pensar continuo. Ambos siquiera logran alejar la avidez por lo inaccesible del ser en sí mismo. Y si ese conocimiento implica aceptar un vacío, el sin sentido, por qué prosigue el pensamiento.
Cómo explicarse que si alguna vez hubo la posibilidad de pensar libremente, este albedrío, aparente, fue retirado pacientemente a través de la entrega a la tarea.
El lavaplatos sigue indolente enjuagando la copa, el vaso, los cubiertos y platos.
¿Y dónde quedó el albedrío? Quién sabe puede ser libre. Ese conocimiento del saber ejerce la libertad en la transmisión o la represión.
No es necesaria la imagen de seres que viven en cuevas sin barrer para saber lo que es no ser. Basta una mirada alrededor y la ciudad pulula en la falta de ser.
En ocasiones, el encierro da oportunidad de creer, pensar, tapar como la manta al durmiente.
El mozo lavaplatos puede parar para el cambio de turno pero la tarea prosigue.
Es la continuidad, cinta de Moebius, infinita, interior-exterior, siempre alrededor de la tarea, pensamiento, formar al ser. En una lógica consecuente, siento hambre procuro comida, estoy sucio me baño, quiero ser pienso. Satisfecho el ego de pensar da lugar prontamente a la asunción de la transmisión. De suerte que el entrenamiento, vaciamiento en el hacer y pensar, da lugar a un idiota, loco por el acontecer. Así una máquina corre hacia la otra como un plato sigue al otro bajo la canilla.
Y el vórtice invertido la expele desnuda, en una suerte de masa nerviosa, comienzo de la vuelta en sí misma.
III

Pensó en él, siempre pensaba en él, se había vuelto cotidiano como inspirar, hábito como usar la jarra más grande para el desayuno. Porque la persona es incorporada al pensamiento como otro objeto. No hay diferencia.
Quizá, para no sentirse mal, podía equiparar a pensar en él como pensar en una idea. Así quedaría. En lugar de una idea de sí misma una idea de él.
Pero entonces, pensó, no estaba siendo egosintónica. Quizá la separación fuese necesaria como anunciara él y aunque no supiera a qué se refería.
Tragar, tragar la bebida caliente dejando al esófago ardiendo le traía un estado conocido de buche lleno.
Y la escritura es como el objeto, como la idea, como él, como sí misma. Ahí están para variarse, congratularse, recordarse, tomarse entre sí a modo de uno solo, una construcción, una estructura ingobernable. Domada a la fuerza del uso.
Egosintónica, recordó la palabra que repetía como un mantra cada día para centrar el eje piramidal desde las posaderas hasta el cuello.
El mundo inventado es un mundo donde el silencio no es posible. Donde las cosas son descubiertas poniéndole un nombre y los pensamientos sobre ellas también se nombran. Y quien no sabe el nombre de las ideas es un anónimo.
La tristeza presente no es por este mundo sino por la certeza de otros mundos cuyo avistamiento había tenido recorriendo calles y plazas en una lectura de la simbología de las cosas tal vez secreta. Después no creyó más que las cosas hablaran aunque tuviesen nombre, no creyó más que los sentimientos abarcasen todo lo conocido y dudó del nombre dado a las ideas.
Entonces marcó el primer día de limpieza, higiene mental, se dijo. Y se preguntó si constituiría parte de la saga de historias sobre el yo. Aunque olvidado, fragmentado, permanecían las huellas, marcas indelebles por no poder rechazarlas ni dejar de invocarlas.
Y un día cualquiera viajó, caminando cerca de su casa. Vivir en Tres Cruces tiene sus ventajas. Ese día recorrió carteles, cultivos hidropónicos, club social, veredas empapeladas, plaza de la bandera, escultura con portal. Fue un trajinar acompañada y sola. Sin recordar, el orden de las salidas correspondieron a alguna marca horaria sin sentido especial.

IV

¿Por qué me enamoro de tipos vacíos? pensó ella.
Entonces se le presentó cada infinito domingo repetido porque había perdido la memoria. Cada vez le costaba más repasar el día anterior, el fin de semana anterior, para qué si eran iguales. Así es la eternidad una constante repetición de ritos autónomos, sin sentido de ser, solo estar sumergida en la realidad cotidiana. Y se dio cuenta que para estar no es necesaria la memoria sino que alcanzaba con hacer listas, ordenar cosas, tirar la basura diariamente y escribir algo que ocurriese interesante.
Los muertos hablan. Desde el interior profundo producen un llamado avisando que están bien, que están disfrutando, que no saben cómo afrontar la muerte.
Demasiado orgullo para llamar, demasiado orgullo para acudir, demasiado orgullo hasta rechinar los dientes en una continua frustración esperando terminar el día y volver a la seguridad debajo de las sábanas donde el sueño desordenado acude a llenar una vida vacía.
Aunque tenga un pensamiento propio, cree que es de él. Detenida en la infinita expansión de una taza de té. Elimina uno a uno los sonidos hasta llegar al zumbido interno, impenetrable cortina.
No hay solución de continuidad cuando los límites han sido rebasados. Sin embargo, ella insiste. No se conforma ante el posible ninguneo.
Y sintió el miedo, estar sola frente a él.

V

Tiempo suspendido en un canto, el ulular del fin puede ensancharse en el canto de la paloma y en el de las sirenas; procurando llegar más rápido, más rápido a donde ocurre otra vez, otra vez el accidente en serie. Un accidente debiera ocurrir cada tanto ¿Qué indica este continuo irresoluto?
Comienzo equivale a despertar. Estado único.
¿Quién tiene tiempo para leer un libro? ¿Y para escribirlo?
Más o menos en la época que dejó de escuchar noticias, de saber el estado actual de las cosas fue que empezó a escribir. Al principio cualquier motivo la motivaba. Porque temas, lo que se dice tema, no tenía. Se le habían acabado junto con las ganas de escuchar noticias. Tampoco tenía un intercambio con otro u otra que motivase algún conocimiento donde explayarse.
Siendo así comenzó a preguntarse qué principio tenía lugar, aquello de no querer saber ni atreverse a escuchar el acontecer diario del mundo. Quizá fuese un síntoma de alguna enfermedad mental o un sencillo desacostumbramiento iniciado, no recordaba bien, hacía cosa de cinco años atrás.
Había sido cuando llegó al promedio de la vida en que se planteó: algo más debe haber por detrás de la parafernalia que nos quieren vender.
Sí, ahí había comenzado el peregrinaje. No a la meca ni detrás del mesías. Pero si en busca de la voz cantante, del que sabe. Algo así, recordaba de a poco, había intuido en el programa P.P. Y ella, no dudó, hacia el dueño del discurso enfiló sus pasos.
Sin que la paranoia la abandonase. Alguien más nos escucha, nos sigue, nos roba el decir. Hasta llegar a un fuera de lugar tan patético que la paranoia prosiguió en la creencia de ser grabada y tolerada como objeto de experiencia. Cuan necesaria fue la constancia en esa etapa. Solo escuchar, recibir la palabra.
VI

Una vez tomado el desayuno se dio cuenta, es química.
En tan solo una hora y media más podría ser libre ¿para qué? Los síntomas de la depresión la invadían: frustración, emocionarse por cualquier cosa, mal humor, malestar consigo misma, volcado hacia los demás. Creía que algo la ponía así. Que el otro algo tenía que ver en su estado alterado. Cuando finalmente se dio cuenta, es la química, sorbiendo el último trago de café.
En una hora estaré libre, escribió en el parte diario, una constancia para sí misma, no fuera a perderse en el malestar.
El deseo de dibujar siguiendo los contornos impresos o continuar las líneas insinuadas en el papel le indico el comienzo. Un estar fijo, una posición calma venía a darle la idea exacta de como seguiría su vida.
Encierro, incapaz de apertura mental ante el medio, que sin serle hostil, su propio hándicap la llevaba a sucumbir ante él.
Y no pudo hacer a un lado la concordancia medio-miedo.
Imagínate una tipa así que no posea ningún pensamiento para seguir un hilo. Todo lo contrario a una compositora de música que siempre está tarareando. Siguiendo la hilera del pentagrama en su cabeza sin sentir el vacío.
Pero cuando la ilación depende de cada vuelco, eh, hecho externo, quedan unos huecos donde ¿qué se siente? Cuando no se piensa en una continuidad sino en una repetición ¿qué puede sentirse?

Sin deseo, ahora o después da lo mismo, concluyó. Y al mismo tiempo lo recordó diciendo: cada día con los mismos síntomas es lo que somos, aprendemos a movernos con ellos. Todo conviviente con la depresión sabe dónde comenzar. Inicia en el hacer, pensó ella.


No hay comentarios:

Publicar un comentario