La
mujer sin memoria
¿Qué
hacía yo ahora con el otro yo? Sobre todo teniendo en cuenta que la fantasía la
había dejado a un lado. Todo asomo de sensualidad desaparecido con la
medicación y la lectura de novelas donde la mujer es un objeto para armar, mostrando
lo más siniestro del género femenino.
Imaginarse
con un gorila llegar a un apart-hotel ya ni gracia tenía. O sea el hilo o la
tinta se cortaban, sigilosamente, no demasiado pronto. Así no tenía lugar el
cuento de la historia donde los
personajes pudieran explayarse ¿Haciendo qué? ¿Hablando, paseando,
acariciándose, mirándose? Las imágenes se repiten una tras otra y el relato no
varía es sólo un tiempo más.
El
problema no es la niña ni el niño, nunca fueron ellos. Es esta imposible forma
de contarlo.
¿De
qué escribir, de qué, de qué? Si sólo quiero recordar las cosas buenas.
Entonces me coloco en el papel del observador, omnisciente, ellos hacen. Para
no sentir el caballo encabritado al que me subieron aquel día. Así cierto,
puedo terminar en el balbuceo de la poesía o en el preludio de lo indecible.
Desde
el comienzo quiero interpretar por lo menos varias coincidencias, no pensar en
él, no pensar en el otro, no pensar en ti, pensar sólo en mí y a cada frase
agregar la falta del recuerdo.
En
lugar de ¿qué quieres de mí? Por ¿qué
quieres de ti? Pensando sólo en mí creo que es la novedad pero ¿no siempre fue
así, o no?
Diccionario
Enciclopédico0, El acoso de las fantasías1, El títere y
el enano2, Casa sin fin3, Devocionario4 y de
tapa New York5. La columna de textos tiene mi lógica. Cuando empecé
el episodio de escritura en el 2013 creí que podría ir bloque a bloque
describiendo los rincones particulares de la ciudad en un estilo constructivo.
Por el camino quedaron intención y estilo. De maestros y maestras había elegido
la verborragia, la pasión y el balbuceo hasta llegar a mi heteroglosia. Ésta última de reciente aprendizaje en la palabra,
aunque nunca bien asumida, la conocía
por mi hijo con retardo mental. Esta
enfermedad caracteriza a las madres por repetir las mismas palabras y una y
otra vez por si una vez el niño retiene la pronunciación. Ni hablemos del
significado y menos del referente, demasiado pronto.
Con
Ana Rossetti puedo recordar el rincón del último piso del colegio Rosa Mística
junto a la puerta del salón. Lugar donde la madre superiora, con el rosario,
junto a los alumnos, en fila, seguíamos devotamente cada hecho del vía crucis.
La madre no era exigente, el rosario era rezado de a pocos episodios por día.
De ese recuerdo solo puedo ahora repetir las palabras dulces “ave maría llena
eres de gracia”. Pero tan pronto como aparece quiero borrarlo porque el triple
de tiempo me llevó en dejar de verla como una mártir a ella también.
A
mi hijo de nombre le puse Esteban, uno de los significados es el elegido.
Cuando
me enamoré coincidió que el local del FA reabría y hacía allí nos dirigimos. La
única tarea que nos permitieron fue la pintada del pasacalle. Alguien vino a
abrir el local para que trabajáramos. El fantasma de Tarik Carson en El hombre
olvidado ahí se me olvidó, fue una exorcización. No había mesa, pintamos las
telas sobre el suelo cuidando de dibujar cada letra con el cuadriculado de
dibujo aprendido en bachillerato.
Escribo
para olvidar.
Ya
no había misas ni retiros para ninguno de los dos. Entendernos con la
ideología, estudiar y hacer sobre la marcha era la consigna.
Conocernos
es saber, puedo repetirla en la siguiente línea y veinte veces más como todo el
tiempo que nos toma.
Univocidad,
eres único y te repites en cada ser que conozco. Yo te adoro y te interpreto
como el padre que eres.
Alguna
vez has pisado una boñiga de vaca, grande, caliente aún, descalzo. Yo tampoco
pero ese mundo existe fuera de mi fantasía.
Mujer,
terrible objeto desmembrado. La novela de asesinatos me ha impresionado al
punto de asemejarla a las torturas de la Inquisición o de la dictadura.
Hoy
he descubierto un altar en la esquina de mi sala, cuanta religión hay en ti.
Cinco telas de hierbas entretejidas cuelgan sobre un lucernario de hierro revestido
en lana cruda. Un cuenco cerámico lleno de chucherías, una canasta, una botella
de sidra, un telar, una bolsa de cemento y un baúl de plástico de mariposas
impresas y con la leyenda Paris Je t’aime, todo en un rincón de la habitación
bajo el cobijo de las pinturas de mi hijo Esteban.
La
casa me parece terrible pero no tengo idea por dónde empezar la mejoría.
“Por
eso, sin tener en cuenta la magnitud de las experiencias anteriores, se
insistía en abrir atropelladamente las puertas (las pocas verdaderas) y se
iniciaba una nueva residencia.” Casa Sin Fin, Marta Traba.
0 REA, 1y2 SLAVOJ ZIZEK, 3 MARTA TRABA, 4 ANA
ROSSETTI, 5 J.T.GARCIA
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