Huir. Había llegado al
límite de sus fuerzas, su psiquis. Sin paciencia, fugarse era la meta. Huir,
escondiéndose. No era algo que no supiera. Ahora la necesidad era imperante. No
alcanzaba con huir mentalmente, lléndose a dormir, pegar una vuelta, dar un paseo,
usar el apartamento sin gente pero arreglado para una apariencia de comodidad.
Cuando, se va la gente, al apartamento entran los obreros a taladrar, golpear, raspar sin miramiento
hacia la comodidad del que no se va. Entonces se producen esas miradas torcidas,
descolocadas, de inquina entre los que se van y los que se quedan.
No sé qué asociación la
llevó al balance de pérdidas y ganancias. A la economía no la define la
costumbre, menos un sentir ni mucho más un valor. La economía es como la
naturaleza, empuje de la vida. Si algo rompe la continuidad quizá lo sea la
tecnología, como por ejemplo: las armas, la riqueza, el saber, medios,
herramientas, que la constituyen. Y la tecnología va junto al poder. Y donde
manda capitán no manda marinero. Si el capitán tiene la bitácora, el catalejo,
el arcón y el mapa ¿eso no da apariencia de saber, de a dónde se dirige?
Instalado el
pensamiento de víctima solo queda lugar al ciclón que en el mar muestra un
abismo girando hacia un vórtice succionador y sin escapatoria. Sí, la huida se
presentaba lúcida y negra.
Quizá fuera hora de
invertir el pensamiento. Que como todo rico sabe hay oportunidades de invertir
en lo más deleznable, depreciado, que es
como un imán, el dinero llama al dinero entre caballeros.
No sabiendo cuándo
comenzó a preguntarse si no cumpliría mejor rol saliéndose que entrando. Porque
volver a los mismos lugares ya no significaban un respiro sino retomar viejas
sensaciones. Volver era como caer en un abismo sin fondo. Tremendista, fuera de
época, pero el cambio de siglo era lo que exigía. Planteo del conflicto aunque
no hubiese conflicto más allá de la desaparición del sujeto.
Entonces lo que más
había temido se le mostró. Al cabo de la huida no se hallaría siquiera a sí misma ¿Cómo volver a juntar los
pedazos?
I
¿Alguien puede tomarse
en serio la creación de un mundo propio? ¿Alguien puede creerse la creación de
un mundo interior? ¿Alguien puede considerarse serio cebando un mate a las diez
y treinta de la mañana, un domingo? Que no es un domingo cualquiera, aunque la
precisión de la fecha, ese alguien, no la tenga exacta, así como la hora, ni al
meridiano ni a ti. A quien menos se puede tomar en serio es a éste, último
alguien, que viene a ser algo así como un mundo exterior, impropio, creador.
Más o menos por la
época que retomó el gusto por el mate se dio cuenta que estaba enamorada. Solo
faltaba saber de quién. La última sustitución había implicado tanta energía que
sólo pensarlo la hacía trepidar de pies a cabeza, sin parar. El enamoramiento
la llevaba a recorrer otra vez el parque, la azotea y el corredor de la pensión
en un estado de cataplexia que conocía como el cuerpo separado funcionalmente
del cerebro. Y así también funcionaba la escritura. La mano sostenía la
estilográfica sobre las rayas horizontales nada más que por el empuje ¿Y de
dónde venía el empuje de la vida, la economía, el enamoramiento, la escritura?
El goce de la repetición según Freud y otros más. Ahora podía concluir una
primera confusión en que el deseo por el otro sustituyera al deseo por el saber
y que tal vez podría con aprendizaje y empeño invertirse en un deseo de sí
misma.
II
Un silencio propicio
para solo pensar ¿en qué? Llena el vacío con una y otra lectura como si el
saber se hallase en esos otros silencios pensados.
Si Cervantes pudo hacer
una escritura de la buena y mala ventura la necesidad de
referirse a la recta final del camino, al declive o a la desaparición la
encontraba más que dispuesta. Sin duda influenciada por los últimos años
dedicados a la filosofía con un ser meditabundo, tétrico, catastrófico, siempre
planteando el fin del sujeto. Cual Dante cruzó el Aqueronte donde la difuminación
del ser había tenido lugar.
Ahora retomaba la
tarea. Lavando los platos imaginaba como el mozo lavaplatos imagina. Hay que tener
en cuenta que el hacedor, en la múltiple tarea no piensa. Puede, si quiere,
concentrarse en la tarea presente y pensar la siguiente o en una serie de tareas pero es un
pensamiento, por decirlo rápido, corto, de realización instantánea como un
plato al alcance de la mano para enjuagarlo.
Una suerte de
pensamiento escrito no ayuda a la tarea. Es una necesidad a cubrir, como la
manta al durmiente. Este no va a dejar de soñar pero parece necesario
abrigarle.
Hoy, sin dios ni
espíritu alguno rondando qué motivación habría para la ascensión al cielo. Ah y
éste tampoco. Sin cielo aparente más
allá de una economía inaccesible para un mozo lavaplatos ¿qué imaginar? ¿En qué
pensar?
Dios se volvió múltiple
y pagano difuminándose en cada objeto junto a la fragmentación del ser. Con el
abandono de los dioses hogareños se pasó al realce de los objetos en sí mismos
como acompañantes del ser, su apuntalado, como la manta al durmiente. Rotos los
contornos del sujeto, no por ello libre sino sujetado a la multiplicidad de
objetos.
No te pierdas sonó en
medio de la nada pero ¿cómo encontrarse en la fragmentación actual?
Equivale un hacer
continuo a un pensar continuo. Ambos siquiera logran alejar la avidez por lo
inaccesible del ser en sí mismo. Y si ese conocimiento implica aceptar un
vacío, el sin sentido, por qué prosigue el pensamiento.
Cómo explicarse que si
alguna vez hubo la posibilidad de pensar libremente, este albedrío, aparente,
fue retirado pacientemente a través de la entrega a la tarea.
El lavaplatos sigue
indolente enjuagando la copa, el vaso, los cubiertos y platos.
¿Y dónde quedó el
albedrío? Quién sabe puede ser libre. Ese conocimiento del saber ejerce la
libertad en la transmisión o la represión.
No es necesaria la
imagen de seres que viven en cuevas sin barrer para saber lo que es no ser.
Basta una mirada alrededor y la ciudad pulula en la falta de ser.
En ocasiones, el
encierro da oportunidad de creer, pensar, tapar como la manta al durmiente.
El mozo lavaplatos
puede parar para el cambio de turno pero la tarea prosigue.
Es la continuidad, cinta de Moebius, infinita,
interior-exterior, siempre alrededor de la tarea, pensamiento, formar al ser.
En una lógica consecuente, siento hambre procuro comida, estoy sucio me baño,
quiero ser pienso. Satisfecho el ego de pensar da lugar prontamente a la
asunción de la transmisión. De suerte que el entrenamiento, vaciamiento en el
hacer y pensar, da lugar a un idiota, loco por el acontecer. Así una máquina
corre hacia la otra como un plato sigue al otro bajo la canilla.
Y el vórtice invertido
la expele desnuda, en una suerte de masa nerviosa, comienzo de la vuelta en sí
misma.
III
Pensó en él, siempre
pensaba en él, se había vuelto cotidiano como inspirar, hábito como usar la jarra
más grande para el desayuno. Porque la persona es incorporada al pensamiento
como otro objeto. No hay diferencia.
Quizá, para no sentirse
mal, podía equiparar a pensar en él como pensar en una idea. Así quedaría. En
lugar de una idea de sí misma una idea de él.
Pero entonces, pensó,
no estaba siendo egosintónica. Quizá la separación fuese necesaria como
anunciara él y aunque no supiera a qué se refería.
Tragar, tragar la
bebida caliente dejando al esófago ardiendo le traía un estado conocido de
buche lleno.
Y la escritura es como
el objeto, como la idea, como él, como sí misma. Ahí están para variarse, congratularse,
recordarse, tomarse entre sí a modo de uno solo, una construcción, una
estructura ingobernable. Domada a la fuerza del uso.
Egosintónica, recordó
la palabra que repetía como un mantra cada día para centrar el eje piramidal
desde las posaderas hasta el cuello.
El mundo inventado es
un mundo donde el silencio no es posible. Donde las cosas son descubiertas
poniéndole un nombre y los pensamientos sobre ellas también se nombran. Y quien
no sabe el nombre de las ideas es un anónimo.
La tristeza presente no
es por este mundo sino por la certeza de otros mundos cuyo avistamiento había
tenido recorriendo calles y plazas en una lectura de la simbología de las cosas
tal vez secreta. Después no creyó más que las cosas hablaran aunque tuviesen
nombre, no creyó más que los sentimientos abarcasen todo lo conocido y dudó del
nombre dado a las ideas.
Entonces marcó el
primer día de limpieza, higiene mental, se dijo. Y se preguntó si constituiría
parte de la saga de historias sobre el yo. Aunque olvidado, fragmentado,
permanecían las huellas, marcas indelebles por no poder rechazarlas ni dejar de
invocarlas.
Y un día cualquiera
viajó, caminando cerca de su casa. Vivir en Tres Cruces tiene sus ventajas. Ese
día recorrió carteles, cultivos hidropónicos, club social, veredas empapeladas,
plaza de la bandera, escultura con portal. Fue un trajinar acompañada y sola.
Sin recordar, el orden de las salidas correspondieron a alguna marca horaria
sin sentido especial.
IV
¿Por qué me enamoro de
tipos vacíos? pensó ella.
Entonces se le presentó
cada infinito domingo repetido porque había perdido la memoria. Cada vez le
costaba más repasar el día anterior, el fin de semana anterior, para qué si
eran iguales. Así es la eternidad una constante repetición de ritos autónomos,
sin sentido de ser, solo estar sumergida en la realidad cotidiana. Y se dio
cuenta que para estar no es necesaria la memoria sino que alcanzaba con hacer listas,
ordenar cosas, tirar la basura diariamente y escribir algo que ocurriese
interesante.
Los muertos hablan.
Desde el interior profundo producen un llamado avisando que están bien, que
están disfrutando, que no saben cómo afrontar la muerte.
Demasiado orgullo para
llamar, demasiado orgullo para acudir, demasiado orgullo hasta rechinar los
dientes en una continua frustración esperando terminar el día y volver a la
seguridad debajo de las sábanas donde el sueño desordenado acude a llenar una
vida vacía.
Aunque tenga un
pensamiento propio, cree que es de él. Detenida en la infinita expansión de una
taza de té. Elimina uno a uno los sonidos hasta llegar al zumbido interno,
impenetrable cortina.
No hay solución de
continuidad cuando los límites han sido rebasados. Sin embargo, ella insiste.
No se conforma ante el posible ninguneo.
Y sintió el miedo,
estar sola frente a él.
V
Tiempo suspendido en un
canto, el ulular del fin puede ensancharse en el canto de la paloma y en el de
las sirenas; procurando llegar más rápido, más rápido a donde ocurre otra vez,
otra vez el accidente en serie. Un accidente debiera ocurrir cada tanto ¿Qué
indica este continuo irresoluto?
Comienzo equivale a
despertar. Estado único.
¿Quién tiene tiempo
para leer un libro? ¿Y para escribirlo?
Más o menos en la época
que dejó de escuchar noticias, de saber el estado actual de las cosas fue que
empezó a escribir. Al principio cualquier motivo la motivaba. Porque temas, lo
que se dice tema, no tenía. Se le habían acabado junto con las ganas de
escuchar noticias. Tampoco tenía un intercambio con otro u otra que motivase
algún conocimiento donde explayarse.
Siendo así comenzó a
preguntarse qué principio tenía lugar, aquello de no querer saber ni atreverse
a escuchar el acontecer diario del mundo. Quizá fuese un síntoma de alguna
enfermedad mental o un sencillo desacostumbramiento iniciado, no recordaba
bien, hacía cosa de cinco años atrás.
Había sido cuando llegó
al promedio de la vida en que se planteó: algo más debe haber por detrás de la
parafernalia que nos quieren vender.
Sí, ahí había comenzado
el peregrinaje. No a la meca ni detrás del mesías. Pero si en busca de la voz
cantante, del que sabe. Algo así, recordaba de a poco, había intuido en el
programa P.P. Y ella, no dudó, hacia el dueño del discurso enfiló sus pasos.
Sin que la paranoia la
abandonase. Alguien más nos escucha, nos sigue, nos roba el decir. Hasta llegar
a un fuera de lugar tan patético que la paranoia prosiguió en la creencia de
ser grabada y tolerada como objeto de experiencia. Cuan necesaria fue la
constancia en esa etapa. Solo escuchar, recibir la palabra.
VI
Una vez tomado el
desayuno se dio cuenta, es química.
En tan solo una hora y
media más podría ser libre ¿para qué? Los síntomas de la depresión la invadían:
frustración, emocionarse por cualquier cosa, mal humor, malestar consigo misma,
volcado hacia los demás. Creía que algo la ponía así. Que el otro algo tenía
que ver en su estado alterado. Cuando finalmente se dio cuenta, es la química,
sorbiendo el último trago de café.
En una hora estaré
libre, escribió en el parte diario, una constancia para sí misma, no fuera a
perderse en el malestar.
El deseo de dibujar
siguiendo los contornos impresos o continuar las líneas insinuadas en el papel
le indico el comienzo. Un estar fijo, una posición calma venía a darle la idea
exacta de como seguiría su vida.
Encierro, incapaz de
apertura mental ante el medio, que sin serle hostil, su propio hándicap la
llevaba a sucumbir ante él.
Y no pudo hacer a un
lado la concordancia medio-miedo.
Imagínate una tipa así
que no posea ningún pensamiento para seguir un hilo. Todo lo contrario a una
compositora de música que siempre está tarareando. Siguiendo la hilera del
pentagrama en su cabeza sin sentir el vacío.
Pero cuando la ilación
depende de cada vuelco, eh, hecho externo, quedan unos huecos donde ¿qué se
siente? Cuando no se piensa en una continuidad sino en una repetición ¿qué
puede sentirse?
Sin deseo, ahora o
después da lo mismo, concluyó. Y al mismo tiempo lo recordó diciendo: cada día
con los mismos síntomas es lo que somos, aprendemos a movernos con ellos. Todo
conviviente con la depresión sabe dónde comenzar. Inicia en el hacer, pensó ella.